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"El hincha", un cuento de Eduardo Valdivia Sanz

Luego de la borrachera en el bar de don Pablo, me ducho y tecleo mi máquina Remington; antes de que llegara mi esposa y que empezase con el rollo de que tenemos que ir a la casa de su madre: quiero contar la historia del Hincha antes de que se me borre del casete…

Era mediodía cuando llegué al bar de don Pablo. Samuel, su hijo, me alzó el pulgar apenas entré:

—¿Una cervecita, Marcos?

—Bien helada—respondo.

Me siento enfrente de una mesa de formica verde, y miro los afiches de Martita Rodríguez y Paola Salvatierra, pegados en la pared.

—Tu chela, bien heladio reyes—dice Samuel.

Bajo la mirada: la espuma blanca del vaso se riega con rapidez sobre la mesa: este sábado 25 de mayo, a las cinco de la tarde, es la final del campeonato descentralizado de fútbol en el estadio José Díaz.

A las dos de la tarde llegan los maniacos de la cancha y la pelota al bar de don Pablo, a ese huequito que data desde los años setenta en Santa Beatriz.

Papá me traía frecuentemente a este sucucho de paredes llenas de afiches de cabareteras. Ahí, tomaba mis Fantas; comía mi cebichito de toyo.

Hacía la camita. Luego, entraba al estadio, y desde las tribunas veía las eliminatorias del mundial Argentina 78. Mis ojos siguen de cerca las atajadas del Loco Quiroga con las que saltaba mi corazón: ban, tang; era maravilloso.

Papá murió: un huequito apareció entre las paredes de mi vida, pero el bar de don Pablo queda.

Por eso, vengo con mis amigos. Esa gente de la cuadra tres de la avenida Arenales.

Apoyo a Alianza Lima cada vez que lo permite mi labor de funcionario público…

De pronto, entra al bar de don Pablo, Martínez.

—Oye Marcos, ponte un par de heladio reyes para Miki.

—¿Y el taxi, Martínez?

—Como cañón, cuñao. Ese escarabajo tiene pa’ rato. Además, mi cacharpa rueda porque Dios es grande, y porque la gasolina barata de Caballo Loco todavía me deja algunos Intis para la doña.

—Ya, Martínez, siéntate con tu choster Marco.

—¿Chupando solo, brother?—pregunta Martínez—Los que beben solos, o es que ya tienen lechuzas en la azotea o andan de males de amores.

—Escapo del trabajo, de la bruja—respondo—. En estas cuatro paredes, soy un muchacho de barrio, sin otro tururú que no sea el del fútbol. Déjame chupar tranquilo.

—Ya, Vallejito de las cantinas, suéltate un poema no apto para señoritas.

—Mis versos cuestan, Martínez. Cuestan por lo menos otro par de cervezas.

—Ya poeta, si gana Alianza el campeonato descentralizado, te pago un jonca entero y te regalo a la culona de Martita. Ja, ja, ja…

—¿Cuál? la culona Martita Rodríguez.

—Sí, esa…

—Por ella, y una caja de cerveza lo que quieras.

Recitando mi primera copla, llegan al bar de don Pablo Joselito Maldonado, Jesús Oquendo y Pedorro Zavaleta.

Martínez pone su cara de pendejo.

—Ahora sí que nos jodimos. Pedorro, basta de tus caldos pestíferos, apenas pidamos una ronda de choritos a la chalaca.

—Pucha, Martínez, uno recién llega y ya le cae la maleta.

—Sí, Pedorro, suavena no más con el trago —dijo Oquendo—. La última bomba no solo ofreciste una sinfonía de pedos, sino que te buitreaste también el taxi de Martínez.

—Calma calma, señores, que hoy día el señor Zavaleta no arrojará pedos. Tiene puesto un corcho en el culo—dijo Joselito.

Una vez que tomamos una caja de cerveza y aplacamos el calor de la tarde; mi grupo recuperó la calma.

Por primera vez, noté una silla vacía; faltaba Espinosa. El Hincha, empleado del Banco de la Nación, comprador de cualquier periódico deportivo; conocedor a muerte de la historia del club Alianza Lima.

—¿Y qué pasó con el Hincha? —pregunté.

Surgió un silencio de penal fallado alrededor de la mesa.

—Claro, no sabe nada —dijo Oquendo—. Poeta no es como nosotros que antes de que nos hubiéremos de perder un partido del descentralizado nos cortamos una mano. Maldonado cuenta, tú. Eres el más serio para estas cosas.

—Todo esto lo sé por Martita Rodríguez, la cabaretera a que medio Lima sueña con llevarla a la cama; sabrán que vive al costado de la puerta del Hincha.

Maldonado hace una cruz con los dedos y la besa.

—Lo que voy a contar es verdad. Lo juro por la estampita del padre Urraca. Ustedes saben que Martita es amiga de mi mujer desde la época del colegio.

» Bueno, resulta que durante un partido entre Sporting Cristal y Alianza Lima. El Hincha, tú sabes que muere por el fútbol. Nunca falta al estadio. Sabes que duerme con esa colorada de Loreto, Katina. Esa hembra de caderas gigantes tan buena como un sanguchón de chancho con camotes fritos.

Todo pareceía indicar que a ella le hubiese quedado corto el sueldo del marido. Si me preguntan algo les digo que Espinosa tiene pipí chiquito. El caso es que un sábado por la tarde; a medio camino del estadio, el Hincha olvidó la entrada en la mesa del comedor.

Martita le juró a mi esposa que Katina gritó tanto que todos los vecinos la oyeron.

A todas luces, el Árabe la ensartaba como anticucho. Muchachos, ustedes conocen a ese gigante de la tienda de ropa de la avenida Gregorio Escobedo, al cual todos llaman el Árabe. Ese animal que tiene una fábrica de telas por Luna Pizarro.

La muy pendeja, cada vez que iba el Hincha al estadio, le daba por soplar la vela de hombres desconocidos.

Casi estoy seguro de que enloqueció el Hincha. La cosa es que unos vecinos le contaron a Martita que había cogido un cuchillo de cocina para matar a la mujer. Pero, pobre tipo, es un fideo. El Árabe le desfiguró el rostro a patada limpia.

Los vecinos oyeron los plis y los plas. Sin duda, un escándalo de árbitro vendido. Ahora ocurre que odia el fútbol el Hincha. Este pidió su cambio de Lima. Ha ido a limar sus cachos a Trujillo.

Apenas terminó Maldonado, apuré mi vaso de cerveza, y creo que todos los de la mesa deseamos que no hubiera un extraño en casa…


EDUARDO VALDIVIA SANZ nació en Sullana en 1970. Es Licenciado en Administración por la Universidad Nacional de Piura. Ha publicado los libros de cuentos “Los sueños del alfil rojo (Sietevientos, 2007), Pulpa ficticia (Caramanduca, 2014) y, en formato físico, La copa rota y otras historias, 33 cuentos y microrrelatos bajo el Trópico de Capricornio, entre otros.

Trabajos suyos aparecen en distintas antologías, como Selección Piurana (Pluma Libre, 2008); Estirpe Púrpura (Altazor, 2010); Bitácora púrpura (Altazor, 2014); Desafío de la brevedad (Apogeo, 2018), entre otras.

Fotografía: Caramanduca Editores

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